Al farmacéutico no le dejan trabajar. Y digo esto basándome en que nuestra labor debe ser un 80% asistencial y sanitaria y un 20%, como mucho, burocrática. Desafortunadamente, en la actualidad es justamente al contrario. Pero el rabioso presente y el futuro van declinando la balanza hacia el platillo administrativo. Los cambios de precios, los genéricos, las prescripciones por principio activo y otras permanentes y progresivas novedades hacen que el farmacéutico haya tenido que ampliar su jornada laboral más allá de la considerada legal.
Uno de los estados caóticos, en este caso, de final feliz, fue el de la receta electrónica o es ¿que hemos de olvidar lo que el sufrido mostrador de la Farmacia ha penado durante la transición del papel al plástico?. Justo es decir, en este momento, que la adaptación de las Farmacias al modelo electrónico ha corrido totalmente a cuenta de las arcas de sus propietarios. Ni una sola ayuda (salvo que me falte información de alguna Comunidad autónoma) ha recibido el boticario para hacer realidad un proyecto que ha partido de sus organizaciones colegiales.
Pero, en mi tónica de mirar hacia delante y buscar soluciones, creo que esta, ya generalizada, utilización de la tarjeta sanitaria habría que potenciarla.
Potenciar la informática
A raíz de las nuevas medidas tomadas por el Gobierno y, en concreto, las relativas al gasto farmacéutico, creo que no habrá más remedio que incorporarle información electrónica para que, de esta forma, pueda saberse exactamente la situación social y fiscal del paciente que acude a su Farmacia. ¿De qué otra forma, si no, se puede saber si ha de cobrarse el 10, el 40 o el 60 por ciento del precio de un medicamento, si no sabemos la situación laboral y pecuniaria del enfermo?
Pero hay algo más. Si las medidas a tomar para el ajuste del gasto farmacéutico, según la ministra Ana Mato, (¿mira que apellidarse Mato una Ministra de Sanidad?), son más de índole disuasoria que restrictivas; ¿por qué no se copia el modelo de las aseguradoras de automóviles? Estas compañías bonifican o penalizan a los clientes según la nulidad o acumulación de partes de accidentes anuales respectivamente.
¿Por qué no se le puede, en principio, advertir por carta o incluso amonestar de palabra (sería, en este caso, si el médico se prestase, que lo dudo) a la señora Honoria haciéndole ver que en un trimestre ha visitado la consulta de su médico de ambulatorio seis veces?. ¿Por qué no decirle que ya se le han hecho más de doce pruebas diagnósticas, incluido un TAC de cadera?.
Dudo, conociendo el paño, que el personal se retraiga con una simple advertencia admonitoria, pero menos da una piedra en forma de pasividad y, en todo caso, el que saldría reforzado es el enfermo auténtico que, al ver apoyada su educada coherencia sanitaria, podría sentirse más seguro e incluso hacer proselitismo ante tanto enfermo imaginario que tiene las consultas como platós de televisión repletos de "imsersos". Sólo falta que en los ambulatorios les den bocadillos y un refresco.
Pedro Caballero-Infante Perales es farmacéutico analista