Juan Pablo Núñez

Tribuna de opinión

Vejez: no sólo Demencia, Deterioro y Dependencia

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una profunda reflexión sobre la vida y la muerte

El autor, elegido recientemente académico de la Real Academia de Medicina y Cirugía de la Región de Murcia, ofrece una profunda reflexión sobre la vejez para derivar, al final, en la obligación de prestar una asistencia adecuada en el proceso final de la vida, en el bien entendido de que la muerte no es el fracaso de la medicina, aunque sí lo es la muerte, clínica y sensatamente, evitable.

Considerado sensatamente el fenómeno natural que es, resulta muy paradójica nuestra actitud ante la vejez. Frente a la última etapa del itinerario personal, conviene aceptar que la vida es un interesante y apasionante fenómeno natural. Sabemos que se trata de un proceso irreversible y limitado que, además, es frágil, variable y vulnerable.
Todos queremos llegar a viejos, pero nadie queremos serlo
Es de esperar que, antes de la muerte, transitemos por la vejez. Sin embargo, respecto a la evidencia del envejecimiento y la muerte, solemos adoptar actitudes de evasión y evitación. Todos queremos llegar a viejos, pero nadie queremos serlo. No nos resulta agradable la identificación con una situación que se caracteriza por las tres fatídicas “des”: demencia, deterioro y dependencia (D+D+D).

Nos enfrentamos a la absoluta certeza de que, si no hemos fallecido antes, con el paso del tiempo nos deterioraremos (física y psicológicamente) y nos haremos dependientes.
Por el reconocimiento del 'viejo sabio'
Los muy mayores han pasado, de ser referente icónicos, a estorbos incómodos
En las sociedades iletradas, el anciano es el mayor detentador y transmisor del bagaje antropológico de la comunidad. De ahí que sea respetado y venerado. Cuando falta, desparece con él todo el acerbo acumulado durante el recorrido de su trayectoria vital. El útil e imprescindible reconocimiento del “viejo sabio” decae vertiginosamente cuando aparece la escritura y, con ella, la posibilidad del legado cultural a futuras generaciones.

Igual que ha cambiado radicalmente la idea sobre la muerte deseada: intuida, conocida y esperada, prefiriendo actualmente todo lo contrario: repentina, inesperada e instantánea, al margen de afectos y sentimientos, el concepto “vejez” ha virado, perdiendo mucho de su anterior valor.

Desde el imperante hedonismo social, rechazamos gran parte de las connotaciones propias de la senectud por desagradables, improductivas y antiestéticas. Los muy mayores han pasado, de ser referente icónicos, a estorbos incómodos.
Tabú social
En ese mismo contexto, no somos tan insensatos como para negar el hecho de la muerte… pero la hemos relegado a la categoría de tabú social. Hemos sustituido el tabú del “sexo” por el de la “muerte” (de eros a tanatos).  Basta con visitar alguna de nuestras residencias de ancianos, para comprobar cómo están allí, como “almacenados”, en espera del final; lo que no significa que, sistemáticamente, no estén respetadas su higiene y su afectividad. Pero, todos y cada uno de ellos, rodeados de los demás, experimentan y sufren su personal soledad.

El desarrollo de la ciencia médica, junto con las mejores condiciones de vida y trabajo, han logrado que ingentes cantidades de ciudadanos alcancen la ancianidad, generándose una problemática nueva, que cada vez irá a más y que, ineludiblemente, habrá que afrontar mejor.

Es absolutamente prioritaria la potenciación de la Geriatría y de la Medicina Paliativa. Ambas, junto con la Genómica/Proteinómica, la Biotecnología, la Medicina Preventiva, la Bioética y el Big Data, constituyen las claves del futuro.
La "d" de derechos
Por el sólo hecho de tener mucha edad, no se debería excluir a nadie de una lista de espera
Dicho esto, conviene añadir una cuarta “d” a las tres anteriores: la “d” de derechos.

Estas personas, por el hecho de ser ancianas, no están eximidas del disfrute de la totalidad de sus derechos, más bien todo lo contrario: a más precariedad, mayor protección legal (igual que sucede con menores e incapaces).

El demenciado, deteriorado orgánico y/o dependiente, precisa de una especial cobertura asistencial. Y es en la práctica real de esa tan necesaria atención integral, donde se pueden cometer auténticos atropellos contra su salud, bienestar y dignidad. A nadie se le escapa la casi imposibilidad del estricto respeto a ciertos derechos, entre ellos: privacidad e intimidad… Con la excusa de salvaguardar el pudor de un anciano, no se le puede dejar de asear.

No obstante, existe toda otra serie de derechos, de cuyo cumplimiento han de estar muy pendientes la familia, las autoridades y la sociedad en general. Normalmente, no se evoluciona en un instante desde la plena lucidez a la absoluta incapacidad mental; se trata de un proceso lento y progresivo. Durante todo ese tiempo, la posibilidad de opinar y decidir sigue existiendo, aunque se vaya extinguiendo paulatinamente.
Autonomía personal
Cada vez es más evidente la necesaria aceptación de que la vida es limitada, así como que la inmortalidad no es, al menos de momento, el objetivo de la ciencia médica
El principio bioético de autonomía estará vigente mientras sea factible y su pérdida deberá estar acompasada con el devenir del deterioro cognitivo. Igual sucede con la equidad, que es la objetivación del principio ético de justicia (por el sólo hecho de tener mucha edad, no se debería excluir a nadie de una lista de espera). Al respecto, deberá imponerse la racionalidad, armonizando sus años con otros criterios de inclusión, como son las perspectivas reales de mejoría y curación, la no maleficencia y la huida de la futilidad.

Valorados los constantes avances de los mecanismos, medicamentos y procedimientos de soporte vital, se impone una Ética de la Contención, capaz de perseguir la lógica proporción entre los fines reales de la medicina y los medios técnicos y farmacológicos disponibles. Es imprescindible la adecuación del esfuerzo terapéutico: no tiene sentido utilizar todo para todos los pacientes, con independencia de sus reales expectativas de curación o mejoría y de su voluntad, manifestada o no, mediante documento de testamento vital, y de su dignidad personal.
Vida limitada
Cada vez es más evidente la necesaria aceptación de que la vida es limitada, así como que la inmortalidad no es, al menos de momento, el objetivo de la ciencia médica. El médico, como agente de salud que es, ha de luchar por procurar lo mejor para su paciente, también cuando es anciano y padece desgaste, cansancio y pluri-patología, pero nunca debe caer en la soberbia consistente en la no aceptación de la temporalidad del proceso vital.

Cuando lo que resta es morir, nuestro deber ético y legal es ayudar al desenlace para que sea asistido (equipo médico) y acompañado (familia), sin elementos agresivos ni que distorsionen su tranquilidad y sosiego, más bien favoreciéndolos, con la adecuada sedación paliativa, llegado su momento.

Es deseable y, para nosotros, exigible, una muerte en paz, con ausencia de dolor y disforia, y sin pérdida de la dignidad.

La muerte no es el fracaso de la medicina. Sí que lo es la muerte, clínica y sensatamente, evitable.