la consulta del Dr. Casado
En el envío semanal de su blog 'La consulta del doctor Casado', se recoge el siguiente relato que, por su interés, reproducimos.Traía en la mano dos informes nuevos. Uno de urgencias, donde tuvo una mala experiencia tras su duodécimo intento de suicidio; otro, de la psiquiatra que le volvía a cambiar el tratamiento. La escuché sin interrumpirla durante quince minutos. Se puso nerviosa tras unas horas de ausencia de su pareja y no pudo reprimir el impulso de tomarse todas las pastillas que encontró por casa e inyectarse un vial de insulina. No bastó, nunca basta. Su profunda soledad no halla remedio con esos actos que buscan alcanzar una atención, un afecto, una comprensión que no llega a alcanzar. Y es que en este mundo no es posible. Lo que ocurre es que en algunos casos ese vacío se puede tolerar y en otros, no. Por eso le dije que no la juzgaba. ¿Cómo condenar algo que yo mismo en esa circunstancia haría el primero?
Infierno no real
Lo complicado para mí es conseguir que una persona completamente abducida por el torbellino del síndrome de una vida de mierda sea capaz de darse cuenta de que el infierno que la rodea no es realLo complicado para mí es conseguir que una persona completamente abducida por el torbellino del síndrome de una vida de mierda sea capaz de darse cuenta de que el infierno que la rodea no es real. Ser capaz de recordar que toda tormenta es impermanente, que toda soledad o abandono son espejismos. Una abeja se puede sentir sola en el panal, pero su sentimiento no es más que una hoja que cae del árbol en otoño, algo que se llevará el viento. Los seres humanos tenemos la capacidad de magnificar y absolutizar ese viaje de la rama al suelo, pero, pese a nuestra tenacidad, todos los otoños pasan por más que hagamos incontables esfuerzos para evitarlo.
También compartí mi sentimiento de dolor dejando claro que su gesto me afecta: si ella muere, yo de alguna forma muero con ella, como lo haremos todos los que la conocemos. Nuestros actos incluyen de una u otra forma a los demás. Por eso, considerar al resto de seres vivos ajenos a nosotros nos ciega por completo. La naturaleza nos dota de una identidad que nos hace sentirnos únicos y separados, ahí radican las raíces de muchos sufrimientos.
Comprobé que el tratamiento antidepresivo actual estaba actualizado en la historia clínica electrónica. Eché de menos poder recomendar una buena dosis de tambor, de baile, de canto chamánico a la luz de una buena hoguera bajo un manto de estrellas. Pero eso los médicos modernos no lo podemos hacer. Como tampoco hacer brotar el sentido de una vida que parece perderlo por momentos. Contemplo esa rigurosa impotencia y la convierto en narración apelando a una magia antigua que han manejado los sanadores de todos los tiempos. Si algo puede ser contado, puede ser transformado. De esta forma encarno en primera persona uno de los remedios que más prescribo: ayudarnos del verbo para poner en palabras nuestras sombras.