Nos enfrentamos a un problema gravísimo de sostenibilidad del sistema sanitario a nivel de todo el Estado español, que, si bien, tiene un origen multifactorial (cambio en la mentalidad de sociedad, empeoramiento progresivo de las condiciones laborales, aumento de la oferta laboral para los sanitarios en nuestro entorno europeo, y la puntilla: la pandemia Covid-19), tiene unos factores precipitadores que podríamos definir claramente como políticos: tenemos a políticos haciendo gestión sanitaria para la obtención de un rédito político.
La gestión sanitaria no debería diseñarse -como, de hecho, lo es y lo ha sido desde hace muchos años- como artículo de venta política (pero política de la mala, que piensa en los propios políticos y en sus partidos y no en los ciudadanos) bajo ningún concepto.
Así, la gestión sanitaria (la buena) debe enfocarse para obtener resultados en salud, y toda la oferta de servicios debe estar enfocada hacia la protección y mejora de la salud de los ciudadanos.
Hace ya muchos años, más de los que yo quisiera, cuando empecé a formarme en Medicina de Familia, me explicaron con claridad que a una población había que ofertarle unos servicios una vez realizado un diagnóstico de salud. En función del resultado del diagnóstico de salud de la población, habría que poner en marcha aquellas medidas de cuidado, prevención y promoción de la salud encaminadas a mejorar los aspectos sanitarios más deficientes o con más problemas patológicos.
Los políticos ofertan la Sanidad como un bien de consumo
Todo eso parece haberse olvidado hace ya muchos años y nos encontramos con una política sanitaria en la que los políticos ofertan la Sanidad como si se tratase de un bien de consumo, sin otro objetivo que intentar contentar al ciudadano-votante: el ciudadano pide y el político, que no quiere perder votos, no dice que no a nada de lo que piden sus votantes, no les dice que no es posible, no pone en marcha medidas de uso racional del sistema sanitario y, además, presenta dichos servicios como si fuera una dádiva que ellos conceden a la población.
Uno de los problemas más graves al que nos enfrentamos en la actualidad es la demanda desbordada. La falta de control -mediante un filtro sanitario- en el acceso a los recursos del sistema de salud, la demanda basada en la exigencia del ciudadano (que, por ello, se ha convertido en una demanda sin límites, en una demanda infinita), y no en el criterio profesional, ha supuesto un auténtico desastre para el sistema sanitario, que se está desmoronando, comenzando por sus puntos más débiles: la Atención Primaria y las Urgencias. Pero esto es como un castillo de naipes y acabará cayendo todo el sistema.
- La Sanidad no puede ser un objeto de venta política porque al gestionarse para conseguir votos y no para cuidar la salud de los ciudadanos, tiene como resultado exactamente lo que tenemos ahora.
- La Sanidad Pública debe estar encaminada a conseguir un buen estado de salud de la población y no a conseguir un rédito político.
- La Sanidad Pública no puede convertirse en Un producto de consumo en el que al ciudadano (recuerdo el recelo que nos produjo la primera vez que nuestros políticos decidieron llamarlo 'cliente' en lugar de 'paciente') se le hacen promesas populistas que no se acompañan ni de planificación, ni de dotación presupuestaria, ni, por tanto, de realismo.
Hay que despolitizar con carácter urgente la gestión de la sanidad. Que los políticos aparten sus manos de nuestro preciado y maltrecho sistema sanitario.