El abuso de poder en que incurren nuestros gobernantes, sin respetar la diversidad social de opiniones y vivencias, nos conduce a todos hacia el totalitarismo político
La reciente resolución de la Comunidad de Madrid sobre la gestión de la incapacidad temporal (IT) muestra el alto grado de cinismo al que están llegando nuestros gobernantes cuando, lejos de respetar la ley, la deforman para hacer significar lo contrario y perjudicar, de esta manera, al grupo de profesionales que está en huelga y que habita un nivel asistencial que, por lo visto, quieren eliminar. Es una clara muestra de cómo nuestros políticos utilizar su poder, precisamente político y dentro de su 'política', para atacar a sus gobernados.
Pero esto no es de extrañar en un Gobierno, como es el de la Comunidad de Madrid, que va arrasando la realidad con tal de ir consiguiendo sus objetivos 'políticos'. Como auténticos iluminados poseedores de un proyecto salvador patrio a aplicar, primero en la Comunidad de Madrid, y escalar, después, al conjunto de España, lanzan toda la munición de que disponen con el único objetivo de despejar el camino, eliminar los obstáculos (y a quienes se los ponen, si es preciso, o, al menos, excluirles del entramado social) e imponer su modelo a toda costa, aunque sea después de haber arrasado esa misma sociedad por la que dicen trabajar. El fin justifica los medios, aunque, por el camino, se hayan cargado a quien debe recibir los beneficios de ese fin: la propia sociedad.
Todo vale: mentir, difamar, politizar, atacar, acusar, excluir… Cualquier acción es buena si hace posible llevar a la práctica la 'revelación' a la que han tenido acceso… aunque no sea compartida por sus ciudadanos. No importa, los salvadores son ellos, arrogándose el papel de 'mesías terrenales', y tienen que llevar adelante su proyecto sea como sea, cueste lo que cueste… Y siempre habrá personas que les seguirán a donde les lleven, creyéndose sus mentiras por el camino. Todo por implantar el 'mensaje revelado'.
Pero esto no pasa solo en la Comunidad de Madrid. Cierto que no puedo entrar a tanto detalle con el Gobierno central: por Salud Mental, hace tiempo, decidí no seguir las correrías de nuestros políticos (porque, en el fondo, tan solo me hacían enfadar, por no utilizar un término malsonante), y centrarme únicamente en lo que hiciera referencia al ámbito de acción que nos afecta, el sanitario (en el que el nivel autonómico tiene muchas más competencias que el central). Sin embargo, con tan solo mirar la actitud ministerial en relación con el cambio de modelo de elección de plaza de Médicos Internos Residentes (MIR), por ejemplo, tenemos de nuevo una muestra del mismo talante, en el que los políticos aparecen como un cuerpo iluminado cuya obligación moral es implantar las soluciones que, en revelación absolutamente personal, o ideológica, han aparecido en sus mentes. Lo que puedan decir u opinar los implicados no tiene la más mínima importancia, salvo que consigan una movilización peligrosa (peligrosa para los intereses electorales de nuestros próceres), en cuyo caso tratarán de hacer mínimas concesiones que calmen, relativamente, los ánimos. Y algunos, ni eso.
Malestar de los muchos ciudadanos
Algo de esta forma polémica de tomar decisiones se puede apreciar, también, en algunos de los cambios legislativos más recientes, y supongo que, en parte, justificará el malestar de los muchos ciudadanos que, ajenos a los grupos también iluminadamente totalitaristas de cualquier extremo político, salieron en estos días a mostrar su malestar ante el Gobierno central.
Estamos, pues, rodeados de políticos con actitudes totalitarias para quienes la opinión general tiene poco valor, pues solo toman en consideración la de sus 'mesiánicos' seguidores, y utilizan 1.000 y un estilos de exclusión del divergente para ir colocando, poco a poco, los sillares de la 'nueva sociedad' con la que pretenden colmar, también 'mesiánicamente', las expectativas de sus adeptos seguidores sin tener en cuenta si, para ello y por el camino, ponen en riesgo la sociedad en que vivimos. Nada que ver, por tanto, con el talante socrático que, desde el diálogo abierto, se ha solido presentar como elemento constitutivo, y aparentemente creador, del Occidente que conocemos.
Quizás haya quien se extrañe de esta también extraña insistencia de un simple médico en analizar tan despectivamente la política que padecemos. No la hago como político en absoluto, que no lo soy, sino como simple y llano profesional. La Medicina que conozco, la que traté de vivir cuando la ejercí directamente y la que trato de promover desde mi dedicación sindical y profesional actual (y ahí está el trabajo realizado en defensa y promoción de la relación médico-paciente) es una Medicina dialogante, que se va construyendo entre todos los implicados, comenzando por los profesionales; poco a poco, con resistencias -sí-, pero cada vez más abierta al diálogo y a la interpelación por otros agentes, como pueden ser, en primer lugar, los pacientes y, en segundo plano, gestores y otros implicados en el mundo sanitario. Una Medicina que se remodela cada día, que sigue trabajando por mejorar en su servicio a la sociedad, aunque eso no excluya que haya errores e intereses entremezclados. Pero el ideal está claro. Y es una pena que esta Medicina pueda estar tan expuesta a los tejemanejes de los iluminados totalitarios de nuestra política.
Empiezo a pensar que, dado que merece la pena trabajar por asegurar una sociedad que se desarrolle en convivencia, hay que desplazar a este tipo de políticos e irlos sustituyendo por otra generación de ellos que sea capaz de valorar la convivencia, la interdependencia, el diálogo y la acogida mutua, y de promover estos valores en nuestra sociedad. Quizás va siendo hora de que, en el momento de votar, que se acerca, dejemos en segundo plano las ideologías particulares, que tienen su valor, y mucho, cuando son bien gestionadas, y demos nuestro apoyo a aquellos políticos y a aquellas formaciones que manifiesten una convicción firme en la democracia, en la diversidad y en el diálogo abierto para promover la convivencia, reforzar la sociedad y hacer frente a los retos que vayamos teniendo que vivir. Porque esta es la sociedad que me gustaría dejar a mis hijos, y a los hijos de mis compañeros y de mis conciudadanos, y no la sociedad amputada y monolítica que nos pretenden imponer algunos.
Por la salud de nuestros hijos, por la salud de nuestra sociedad.